LUIS, CAPÍTULO 1
Era yo una niña aún cuando me alejaron de la casa paterna para que diera principio a mis estudios en el instituto de ***, situado en San Francisco hacía pocos años y famoso en toda la República por aquel tiempo.
En la noche víspera de mi viaje después de la velada, entró en mi cuarto una de mis hermanas y, sin decirme una sola palabra cariñosa, porque los sollozos la embargaban la voz, cortó de mi cabeza unos cabellos: cuando salió habían rodado por mi cuello algunas lágrimas suyas.
Me dormí llorando y experimenté como una vaga presentimiento de muchos pesares que debía sufrir después. Esos cabellos quitados de una cabeza infantil, esa precaución del amor contra la muerte delante de tanta vida hicieron que durante mi sueño vagase mi alma por todos aquellos sitios donde yo había pasado, sin comprenderlo, las horas má felices de mi existencia.
A la mañana siguiente, mi padre desató de mi cabeza, humedecida por tantas lágrimas, los bazos de mi madre. Mis hermanas, al decirme sus adioses, las enjugaron con besos. Luis esperó humildemente su turno y balbuciendo su despedida, juntó su mejilla sonrosada a la mía helada por la primera sensación de dolor.
Pocos momentos después seguía yo a mi padre, que ocultaba el rostro a mis miradas. Las pisadas de nuestros caballos en el sendero guijarroso ahogaban mis últimos sollozos. El rumor del Zabaletas cuyas vegas quedaban a nuestra derecha, se aminoraban por instantes. Dábamos ya la vuelta a una de las colinas del vereda, en las que solían divisarse desde la casa viajeros deseados; volví la vista hacia ella buscando uno de tantos seres queridos; Luis estaba bajo las enredaderas que adornaban las ventanas del aposento de mi madre.
CONTINUARÁ...
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