Vivir es convivir.
El hombre -todo hombre y mujer- nace como una circunferencia con el eje en el centro de sí misma. Todo gira, según su instinto, hacia ese centro mágico, todo debería subordinarse a él según su capricho. Pero el alma, lentamente, comienza a descubrir que hay algo por encima y fuera de esa circunferencia, algo que le afecta también a ella. ¿Qué hacer entonces: atraer todo, subordinar todo hacia ese centro sacratísimo o más bien tender hacia todo eso que se está descubriendo y ensanchar con ello nuestra circunferencia, haciéndonos con ello más grandes? ¿Encastillarnos en nuestro egoísmo, encadenando a todo a él o, por el contrario, irnos "descentrando", sacar de nosotros nuestro propio eje para colocar nuestro "polo de atracción" por encima o más allá de nosotros mismos? ¿Nos abrimos en el amor o nos cerramos en nuestra autoadoración?
Esta es la gran apuesta en la que nos jugamos el "tamaño" de nuestras propias vidas. La primera opción -el egoísmo- conduce a la soledad; la soledad, a la amargura; la amargura, a la desesperación. La segunda -el amor- conduce a la convivencia; la convivencia, a la fecundidad; la fecundidad , a la alegría.
Por eso, el primer gran descubrimiento es el de que el prójimo no es nuestro límite y menos nuestro infierno (como decía descabelladamente Sastre: "el infierno son los otros"), sino nuestro multiplicador. Vivir es convivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario