Conocí a un niño descalzo, empapado de agua, con barro en los pies, ropa rota y sucia el cual se ganaba la vida ayudando en cualquier cosa para ayudar a su madre y a su pequeño hermano. Vivía en un rancho donde entraba el agua cuando llovía y tenían que acurrucarse los 3 en un riconsito para evitar mojarse tanto.
Al ver su situación me llené de tristeza, era tan inofensivo e inocente. Iba a una Escuela que quedaba a una hora de su casa, se levantaba bien temprano para asistir, porque él tenía la fe y la esperanza de que saldría preparado y podría conseguir algo mejor y así ayudaría a su madre.
Al verlo tan ilusionado y lleno de vida fue inevitable no derramar una lágrima.
No tenían casi para comer su familia, eran muy pobres y lo que él conseguía en el día no le alcanzaba, a veces, tenía que pedir y era tan poco lo que le daban que se lo que le daban lo llevaba a su madre y hermano para que comieran y él le mentía diciéndole que ya había comido algo para que su madre no se preocupara.
No podía hacer nada, eso era lo que más me dolía, lo que yo conseguía apenas y me daba para sostener a mi familia y la manutención de la casa.
Traté de acercarme al muchacho como su amigo y es tan simpático que nos comenzamos a llevar muy bien, cada que podía le llevaba comida a él y a su familia.
Años más tarde el chico ya tenía 22 años, su madre estaba un poco viejita y su hermanito tenía 16. El chico de 22 se había convertido en todo un profesional, nunca dejó de luchar y tener la esperanza y la fe de que saldría adelante. Su profesión consistía en una fundación de niños huérfanos y a la vez ayudaba a las familias pobres.
Ya él era todo un hombre y vivía en una casa cómoda con su madre y hermano. Ya vestían bien y comían bien y él siempre le decía a su madre YA VE USTED MAMÁ, DIOS NOS AYUDÓ. SABÍA QUE LO HARÍA Y POR ESO NUNCA PERDÍ LA ESPERANZA, PORQUE LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE.
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